
La Ciencia No Debería Tener Género
ARTÍCULO Y TRADUCCIÓN DE ELENA BLANCO-SUÁREZ
En realidad con este artículo pretendía destacar la contribución de las mujeres a las ciencias biomédicas (y a la ciencia en general) con motivo del Día Internacional de la Mujer que tiene lugar cada 8 de marzo. Pero a medida que avanzaba leyendo y escribiendo sobre el tema, me iba encontrando con cada vez más pruebas de que las mujeres han sido (y siguen siendo) tristemente ignoradas en el mundo de la ciencia.
Pero permitidme empezar el artículo con un poco de estadística.
Según el Instituto de Estadística de la UNESCO, en torno al 28% de todos los investigadores del mundo son mujeres. El porcentaje de mujeres investigadoras en Europa Occidental y Norteamérica asciende al 32%, un porcentaje demasiado bajo cuando lo comparamos con el 47% o 44% que encontramos en Asia Central o Latinoamérica, respectivamente. Sin embargo, esto son datos estadísticos, lo que significa que no deben ser tomados al pie de la letra, ya que ciertos factores pueden estar distorsionando la realidad, tales como el encarecimiento de la educación o la crisis económica. Aun así, las estadísticas son un punto de partida aceptable para llegar a comprender la situación general.
La buena noticia es que el llamado bache de género que era tan obvio en carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) parece estar desapareciendo en los últimos años. Según la NSF (Fundación Nacional de Ciencia) en 2009 el 48% de los estudiantes de doctorados de ciencia e ingeniería eran mujeres, llegando a alcanzar un increíble 76% en el caso de las ciencias médicas y biológicas.
Sin embargo, no siempre fue así, y muchas mujeres a lo largo de la historia han trabajado duro para hacer que esto sea posible.
La primera mujer en estudiar medicina en EE.UU. (y en el mundo) se graduó en 1849. Su nombre era Elizabeth Blackwell. Sin duda alguna, fue una pionera y muchas mujeres han seguido su camino desde entonces, no sin luchar.
Una historia particularmente importante e interesante es la de las llamadas “Siete de Edimburgo”, un grupo de estudiantes universitarias de medicina cuya graduación estuvo increíblemente obstaculizada (y que finalmente no se logró) debido a la discriminación por género. Sophia Jex-Blake dirigía este grupo de estudiantes (las primeras mujeres en matricularse en una universidad británica en la historia) en 1869, formado por Mary Anderson, Emily Bovell, Matilda Chaplin, Helen Evans, Edith Pechey e Isabel Thorne. Permitir a estas mujeres participar en clases mixtas en la Universidad significaba por aquel entonces concederles los mismos derechos que a los hombres lo que propicio una gran oposición, que incluyo revueltas con la única meta de impedirles asistir a sus exámenes. Hay que considerar que en aquel entonces las mujeres no poseían muchos de los derechos que hoy en día damos por sentado. Por ejemplo, las mujeres en EE.UU. no consiguieron el voto hasta 1920, y en el Reino Unido se les fue concedido con la misma plenitud que a los hombres en 1928.

Sophia Jex-Blake, líder de las “Siete de Edimburgo”
Gerty Theresa Cory fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel en Fisiología o Medicina, en 1947. Esto fue 46 años después de que el primer Nobel en Fisiología o Medicina fuese concedido. En otros campos, los premios fueron concedidos a mujeres en años anteriores, como por ejemplo, Marie Curie, quien recibió el Nobel en Física y en Química en 1903 y en 1911, respectivamente. Sin embargo, solo 3 mujeres más después de ella han recibido desde entonces el Nobel de Química. Entre los laureados en Física solo 2 son mujeres de entre los 200 premiados desde 1901. Los números no son mucho más favorables cuando se tiene en cuenta el Nobel en Medicina o Fisiología, mostrando solo 12 ganadoras de entre las 210 personas que han recibido el premio en este campo. Puede que se te ocurra que esto es debido a la insignificante presencia de mujeres en STEM, lo que me hace pensar que el problema ocurre mucho antes, cuando de alguna manera parece que estamos desanimando a las jóvenes a perseguir carreras en estos campos. Pero al comprobar los números en las restantes categorías del Premio Nobel (Paz, Literatura y Economía), la impresión es que el género constituye una desventaja si da la casualidad de que eres mujer, independientemente del campo que consideremos.
Más recientemente cabe mencionar a Maryam Mirzakhani, la primera mujer en ganar la Fields Medal, máximo reconocimiento en el mundo de las matemáticas. Me parece simplemente asombroso que este premio comenzara a concederse en 1936 y haga tan solo dos años, en 2014, que una mujer haya recibido tal honor por primera vez.
Grandes reconocimientos y premios han pasado por alto a las colaboradoras de los premiados. Puede que el caso más popular sea el de Rosalind Franklin, quien contribuyó en la definición de la estructura del ADN como una doble hélice gracias a sus fotografías de rayos X de la molécula cristalizada. James Watson y Francis Crick, sus supervisores por aquel entonces, recibieron el Nobel en Fisiología o Medicina en 1962, borrando completamente la participación de Rosalind en tal descubrimiento, a pesar de que había muerto unos años antes. Este es tan solo uno de los muchos ejemplos que existen e ignoramos.
Leí una frase que sigue resonando en mi cabeza desde entonces. Desafortunadamente no puedo recordar dónde, pero era tremendamente precisa desde mi punto de vista como mujer científica. Ponía de manifiesto lo surrealista que resulta que en un campo tal como el de la ciencia, cuyos esfuerzos se centran en eliminar sesgos en sus conclusiones, muestra prejuicios contra sus científicas. Espero que nos estemos yendo en una nueva dirección, donde el género no es más que una anécdota y no una forma de definir la calidad de los logros.
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