
Un asunto enervante
Artículo y traducción de Elena Blanco-Suárez

Gerhard Schrader
En 1936, el científico Gerhard Schrader fue contratado por el gobierno alemán para que pusiera fin a una pesada y destructiva plaga de escarabajos que asolaba las granjas germanas. Mezclando diferentes moléculas (que es a lo que los científicos nos dedicamos) dio con la receta del letal tabun. A pesar de que su objetivo era fabricar un pesticida potente y barato que solo afectase a los bichos – no a los humanos – creo una de las armas químicas más letales conocidas hasta la fecha. La historia nos dice que la creación del tabun fue un accidente, pero lo que es la casualidad, que un par de años después en 1938 descubrió un gas diez veces más potente, llamado sarín. Soman y ciclosarin son otros de los compuestos que el equipo de Schrader produjo en 1944 y 1949, respectivamente. Me parece a mí que a este tal Schrader se le daba fatal crear insecticidas y pesticidas que no matasen también humanos accidentalmente y de una manera horrible y dolorosa. Resulta una coincidencia muy sospechosa que él y su equipo creasen casualmente tres de los compuestos más letales en plena II Guerra Mundial (1939 – 1945). Lo que resulta un tanto extraño es que ninguno de estos gases nerviosos fabricados por Schrader fueron utilizados en la II Guerra Mundial, a pesar de que el ejército alemán mostró interés en el gas sarín. Si la meta es aniquilar a una buena porción de la población, el ejército alemán cayó en la cuenta de que el gas sarín sería más eficiente que el gas mostaza, que era el que estaba disponible en aquellos momentos. El envenenamiento por gas mostaza puede llegar a matar a la víctima pero lleva más tiempo: los síntomas no aparecen hasta 24 horas después de la intoxicación y la muerte puede que no ocurra hasta días o semanas después de una exposición intensa al gas. Sarín, por el otro lado, puede acabar con la víctima en minutos. Sin embargo, no está claro por qué el ejército alemán decidió no utilizar sarín durante la II Guerra Mundial.
Sarín, tabun, soman y ciclosarin son gases nerviosos. Pertenecen a la llamada clase G, ya que fueron sintetizados por un equipo de científicos germanos. Los gases nerviosos de la clase V (V por venenoso, victoria o viscoso) fueron desarrollados más tarde y tienen propiedades similares a los de la clase G, con la diferencia de que son mas estables (menos volátiles) y por lo tanto, más difíciles de eliminar. El más conocido de la clase V es el VX, y se cree que es el más tóxico de todos los gases nerviosos. Su LD50 (la dosis del compuesto químico necesaria para matar al 50% de la población expuesta) es mucho menor que la de otros agentes nerviosos, lo que quiere decir que con menos VX se pueden alcanzar tantas víctimas como con una mayor cantidad de sarín, por ejemplo. Puede que todos estos gases nerviosos, tanto los de clase G y como los de la clase V, fueran concebidos como meros insecticidas y pesticidas, pero su uso definitivo ha sido como armas químicas.
Los gases nerviosos son organofosfatos, gases con un alto nivel de toxicidad que pueden llevar a la muerte tras inhalación, ingestión o contacto. Causan daño en el sistema nervioso central, de ahí su nombre. Provocan síndrome colinérgico tras exposición aguda a los mismos. Este síndrome es caracterizado por la inactivación de la enzima acetilcolinesterasa, responsable de la degradación del neurotransmisor acetilcolina (ACh). El sistema nervioso central va a estar expuesto a más ACh de la que puede soportar. Una sobrecarga de ACh produce falta de aire, sudoración, vómitos, diarrea, ralentización del latido del corazón y muerte comúnmente provocada por el fallo del sistema respiratorio. El envenenamiento por sarín se trata con los antídotos atropina y/o pralidoxima. La atropina es un compuesto que bloquea los receptores de ACh, de esta manera aunque haya un exceso de ACh en el sistema nervioso central, no será capaz de activar sus receptores y los efectos negativos no se iniciarán. Por otro lado, la pralidoxima se une a la enzima que ha sido inactivada por el gas organofosfato, haciendo que el compuesto tóxico se despegue y permitiendo que la enzima se active de nuevo.
Por desgracia, la guerra biológica y química no es una cosa exclusiva de las películas de horror y ciencia-ficción. Es muy real. Existen registros del uso de sarín como arma química en la historia reciente. En 1994 miembros de la secta religiosa Aum Shinrikyo modificaron un automóvil para ir soltando gas sarín en las inmediaciones del alojamiento de unos cuantos funcionarios que se encontraban trabajando en un caso contra la secta, en Nagano, Japón. En dicho ataque, 7 personas murieron y 150 resultaron afectadas. Si tienes la edad suficiente quizás recuerdes que la misma secta, menos de un año después, decidió volver a soltar gas sarín en el metro de Tokio en hora punta. Esta vez el ataque atrajo el interés mundial, y este horrible suceso se convirtió en el más infame ataque con gas sarín de la historia. Doce personas murieron y más de 5000 resultaron hospitalizadas, algunas en estado crítico. Muchos de los supervivientes sufrieron daños permanentes. Algunos informes explican que los atacantes escaparon tras soltar el gas en el metro y después de tomar el antídoto ellos mismos para evitar posibles efectos. Pero ¿cómo es posible que nadie se diera cuenta que unos hombres estaban soltando un gas mortal en un espacio tan reducido como es una estación de metro? Pues bien, el gas sarín no tiene color, ni olor, ni sabor, haciéndolo casi imposible de detectar.
Pero no os engañéis, sarín no es parte del pasado. En 2013 se levantó la sospecha de que un ataque con gas sarín había tenido lugar en Damasco, Siria, dejando tras de sí más de 1400 muertos según algunos informes. Una vez más, el pasado abril se sospechó de un posible ataque con sarín en Khan Sheikhoun, Siria, donde más de 80 personas resultaron muertas.
Todos los gases nerviosos se encuentran en el Schedule 1 de la Convención de Armas Químicas: su único cometido es la guerra química. ¿Estaba Schrader realmente buscando pesticidas y los militares se aprovecharon de su mortal descubrimiento? ¿o fue Schrader el que se aprovechó de los tiempos de guerra para encontrar un nicho para sus investigaciones? Si Schrader no hubiese informado al gobierno de su accidental descubrimiento, quizás miles de vidas se habrían salvado. ¿Son los propios científicos los responsables de informar a las autoridades cuando sus descubrimientos pueden ser utilizados para propósitos inhumanos? Lo que es más, ¿pueden los científicos prever el mal uso de sus hallazgos, especialmente si se aplican a la guerra? Hay muchas preguntas y preocupación en cuanto a este asunto, por lo que gobiernos e incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) están trabajando para regular dicha “investigación de peligro”. Mientras tanto, traten de no crear armas de destrucción masiva en el laboratorio.
Para más información
War of Nerves: Chemical Warfare from World War I to al-Qaeda by Jonathan Tucker.
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