
LA PERSPECTIVA NEUROCIENTIFICA DE LAS CONSECUENCIAS DE DETENER NIÑOS EN LA FRONTERA
Artículo de Samantha Jones
Traducción de Elena Blanco-Suárez
Si te has mantenido al día con las noticias durante los últimos meses, sabrás de las terribles separaciones de niños y familias que están sucediendo en la frontera de los Estados Unidos y de los centros de detención donde estos niños han sido retenidos.

“A veces perder una batalla te ensena como ganar la Guerra” — Cita del libro de Donald Trump de 1987 The Art of the Deal, expuesta en un mural del presidente en un centro detención en Brownsville, Texas en el cual se encuentran retenidos más de 1500 niños inmigrantes tras ser separados de sus padres en la frontera de EE.UU y México.v
Quizás hayas visto las fotos de niños pequeños en jaulas, o quizás hayas visto cuando Rachel Maddow se puso a llorar al leer el titular “Oficiales de la administración de Trump han estado enviando bebes y niños pequeños, separados a la fuerza de sus familias, hacia al menos tres refugios en el sur de Texas”, o quizás hayas visto el impacto emocional en políticos como Elizabeth Warren cuando visitó estos centros de detención. Puede que incluso hayas estado al tanto de cuando Melania Trump dijo que los niños retenidos eran “en esta situación un resultado directo de las acciones de los adultos”, culpando así a los padres y madres que solo intentan proteger a sus familias al escapar de situaciones terribles en sus países de procedencia – algo que la mayoría de nosotros no podemos ni imaginarnos.
El mundo sigue de cerca como los niños, muchos de ellos en claros estados de confusión, se vuelven a reunir con sus padres y varios testimonios han sido revelados.
[Mi hijo] no es el mismo desde que nos hemos reencontrado. Creo que como es tan pequeño esta experiencia no le traumatizará, pero no se separa de mí. Llora si no me ve. Ese comportamiento no es normal. En El Salvador se quedaba con su papa o mi hermana y no lloraba. Ahora llora por miedo a quedarse solo.
–Testimonio de Olivia Cáceres, madre, la cual fue separada de su hijo de un año durante 85 días, vía PBS NewsHour el 5 de julio.
Muchas familias aún están a la espera de reunificarse.
A pesar de que ha habido recientemente cierto éxito en la oposición legal hacia la política inmigratoria de Trump – el 9 de julio la Corte Federal del Distrito en Los Angeles denegó el cambio de una ley de detención, y el 16 de julio la orden de deportar inmediatamente a las familias reunidas se paralizó de manera temporal – estos niños han sufrido un shock al verse separados de sus familias de manera forzada y abandonados en un lugar desconocido. Un trauma así no se va con reunificar a la familia.
Investigaciones iniciales (y menos eticas) en la separacion de hijos

Madres sustitutas de alambre y trapo. “Affectional responses in the Infant Monkey.” Science, 1959.
Uno de los primeros investigadores en estudiar la importancia del vínculo materno filial fue el Dr. Harry Harlow quien, comenzando en los años 50, usó macacos Rhesus (una especie de los monos del Viejo Mundo) en una serie de, ahora vistos como altamente inmorales, experimentos. Harlow separó macacos recién nacidos de sus madres, reemplazando a la madre por sustitutas artificiales: una hecha de alambre con un biberón para alimentar al bebe, y una hecha de trapos pero sin alimento. Los bebes macacos pasaban mucho más tiempo con la madre de trapo, abrazándola (especialmente en momentos de alto estrés), solo acudiendo a la madre de alambre cuando tenían hambre, indicando que el vínculo materno filial va más allá de la necesidad fisiológica de alimentarse.

Un macaco Rhesus sin madre o madre artificial se queda paralizado en posición fetal. “Affectional responses in the Infant Monkey.” Science, 1959.
Harlow también llevó a cabo una serie de experimentos de aislamiento y vio que los monitos que no tenían madre o su reemplazo (durante 3, 6, 0 12 meses) nunca se recuperaban desde el punto de vista social. Muchos de estos monos al final del periodo de aislamiento entraban en lo que se denomina como “shock emocional”, caracterizado por una posición en la que están abrazados a sí mismos y meciéndose. EN uno de los casos, uno de los monitos se negó a comer y murió al poco de ser liberado.
Durante las últimas dos décadas se ha aumentado el número de estudios para investigar el impacto de altos niveles de estrés durante la infancia. Si acaso, han dado un incentivo aun mayor a la sociedad para preocuparse por las acciones de esta presidencia.
Huérfanos de la revolucion rumana
A finales de los 90, científicos comenzaron a estudiar el desarrollo de los niños que fueron abandonados en orfanatos después de que el gobierno de Rumania fuera derrocado en 1989. En muchos casos los niños eran abandonados durante horas, incluso días, en sus cunas, privados de todo contacto humano. En un estudio publicado en 2012, el equipo de investigadores liderado por el Dr. Charles Nelson de la universidad de Harvard vio que este aislamiento a edades tan tempranas no solo afectó la morfología de los cerebros de estos niños, sino también su actividad. Basándose en imágenes de resonancia magnética (MRI), estos niños mostraron una gran reducción en la materia gris y blanca del cerebro. Esta reducción no solo se traduce en un amplio abanico de consecuencias neurológicas, sino que también significa que los cerebros de estos niños son significativamente más pequeños. Nelson y su equipo usaron también electroencefalogramas (EEG) para medir la actividad eléctrica de los cerebros de estos niños para encontrarse con que también existía una severa reducción en la actividad cerebral, lo que significa que probablemente también tengan problemas para procesar información.
EL ESTABLECIMIENTOS DE LOS ACES
En 1998, un equipo liderado por el Dr. Vincent Felitti de Kaiser y Dr. Bob Anda del CDC fue el primero en estudiar los efectos a largo plazo de traumas infantiles en una población grande. A través de una encuesta a 9000 participantes fueron capaces de estudiar siete categorías de experiencias infantiles adversas (ACE en su siglas en inglés): abuso psicológico, abuso físico, abuso sexual, violencia contra la madre, y vivir en el mismo espacio con drogodependientes, enfermos mentales/suicidas, o incluso presos. Las puntuaciones de ACE (0-7) fueron asignadas en base a cuantas de estas categorías experimentaron los participantes y luego se compararon con comportamientos de riesgo en la vida adulta. Los investigadores ajustaron las puntuaciones teniendo en cuenta los factores demográficos, así como los factores de riesgo que pueden llevar a muerte prematura y la asociación entre el número cumulativo de categorías y de exposición durante la infancia.
Más de la mitad de los participantes tenían una puntuación ACE de al menos 1, y el 25% de los participantes tenían una puntuación ACE de al menos 2. Encontraron que los participantes con puntuaciones ACE de 4 o más, comparados con aquellos con una puntuación de 0, mostraban un riesgo de alcoholismo, abuso de drogas, depresión, e intentos de suicidio de entre 4 y 12 veces mayor. También observaron un incremento significativo en comportamientos sexuales de riesgo, lo que llevaba a una mayor incidencia de ETS (enfermedades de transmisión sexual). El equipo también descubrió una relación significativa entre las puntuaciones ACE y el desarrollo de cardiopatía isquémica, cáncer, obesidad severa, enfermedad crónica pulmonar, fracturas óseas y enfermedad hepática.
Este trabajo dejaba claro que los traumas infantiles conducían a un aumento del riesgo de enfermedad (más allá del cerebro) en cualquier momento de la vida. También dio pie a docenas de estudios dedicados a entender los mecanismos moleculares que llevan a ese riesgo.
EL TRAUMA INFANTIL INCREMENTA EL RIESGO DE ENFERMEDAD, SIN IMPORTAR LA TOMA DE DECISIONES DE RIESGO
Al principio, este trabajo fue recibido con algo de reticencia. La pediatra Dr. Nadine Burke Harris habló en su charla TEDMED en 2014 sobre el impacto a largo plazo del trauma infantil y contó cómo “Cierta gente miraría esos datos y diría ‘Venga ya. Tienes una infancia dura, y por lo tanto tienes más posibilidades de beber y fumar y hacer todas esas cosas que van a arruinar tu salud. Eso no es ciencia. Eso es solo mal comportamiento.’”
Entonces, ¿Es el incremento en riesgo de enfermedades simplemente el resultado de un comportamiento arriesgado? No.
“Resulta que es exactamente donde la ciencia entra” dice Harris, cuya trayectoria cambio al descubrir el trabajo de Felitti y Anda y comenzó a mirar el trauma infantil como un problema de salud mental y social. “Ahora entendemos mejor que nunca como la exposición temprana a la adversidad tiene efectos en el desarrollo cerebral y corporal de los niños”.
TRAUMA, Estrés crónico Y “lucha o huída”
¿Qué tienen en común todas estas experiencias adversas durante la infancia? Estrés.
Durante una situación estresante la amígdala envía una señal al hipotálamo, un controlador del sistema nervioso autónomo (SNA) y la pituitaria. El hipotálamo normalmente se describe como el centro de control del cerebro, regulador de funciones corporales involuntarias como el latido del corazón y la respiración. Tras su activación, el hipotálamo comienza a enviar señales a las glándulas adrenales las cuales comienzan a producir adrenalina. Este flujo de adrenalina dispara el sistema nervioso simpático – la rama del SNA que controla la respuesta de “lucha o huida”
Alguien bajo esta respuesta experimentará una elevación del ritmo cardiaco, dilatación de las pupilas, respiración acelerada, agudización de los sentidos como la visión, y a la vez que la sangre comienza a bombear hacia órganos mas importantes para esta respuesta, como los músculos de las piernas, todo en preparación para entrar en lucha o rápidamente huir.
Una vez que el aumento inicial de adrenalina termina, el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA) se pone al mando, manteniendo la respuesta de lucha-o-huida activa siempre y cuando el peligro sea aun percibido. El hipotálamo libera CRH, la hormona encargada de liberar corticotropina, que dispara la liberación desde la pituitaria de la hormona adrenocorticotrópica (ACTH). ACTH viaja a la pituitaria, liberando cortisol. Lo niveles de cortisol se mantienen elevados hasta que la situación estresante se acaba. En el caso del estrés crónico, el eje HPA se mantiene activo, provocando que el nivel de múltiples hormonas, incluyendo epinefrina y cortisol, se mantenga alto. La elevación de estas hormonas tiene efectos perjudiciales, incluyendo riesgo de infarto cerebral y ataque cardiaco.
Varios estudios intentan averiguar cómo el trauma infantil no solo afecta diferentes regiones cerebrales sino también la expresión genética. Investigadores de la comunidad epigenética creen que el estrés crónico puede afectar la metilación del ADN, basándose en datos que muestran que, en sujetos con experiencias traumáticas, la metilación del ADN se altera en sitios específicos de los genes relacionados con el procesamiento del estrés.
¿Cómo se relaciona todo esto a las detenciones de niños inmigrantes? Sin sus padres, quedan expuestos a riesgos más altos de estrés crónico y por lo tanto de implicaciones a largo plazo.
“En particular para los niños, uno de los factores más importantes es tener a alguien que los cuide y en quien ellos puedan confiar – que en realidad contribuya al niño a apagar todas esas respuestas biológicas al estrés” dijo Harris en una entrevista reciente con Dara Lind de Vox.
¿qué podemos hacer?
Puesto que los niños detenidos se ven sujetos a pruebas genéticas para asegurar que se devuelven a las familias que corresponden y no se quedan bajo el riesgo de ser entregados a redes de tráfico humano, puesto que los niños y sus padres son enviados de vuelta a situaciones terribles a sus países de procedencia de los que huyeron, y puesto que las cuestiones sobre si algunos de los niños no serán devueltos a sus familias siguen en pie, ¿qué podemos hacer nosotros, como publico general?
Según Harris, podemos crear conciencia social sobre el trauma infantil y sus efectos a largo plazo en ellos como individuos y en la sociedad. Cuanta más gente esté involucrada, mayores son las posibilidades de que se cree una llamada a la acción para poder abordar el impacto a largo plazo del trauma infantil igual que hacemos con otras enfermedades en nuestro país como el sida, la diabetes, o el cáncer.
Piensa que reconocer el trauma infantil como un problema de salud pública permitirá que investigadores, doctores, y legisladores hagan algo. En sus propias palabras: “Esto puede tratarse. Puede combatirse. Lo más importante que necesitamos hacer hoy es mirar al problema a la cara con valentía y reconocer que es real y que nos afecta a todos. Nosotros somos el movimiento”.
Si quieres saber más o estás interesado/a en donar al Center for Youth Wellness, un centro creado por la Dr. Harris y sus colaboradores, para prevenir, identificar y tratar el impacto de experiencias infantiles, por favor visita https://centerforyouthwellness.org.
Samantha Jones, PhD, antigua estudiante de doctorado del programa de Ciencias Biomédicas de la UCSD, se ha mudado recientemente a Washington D.C. para trabajar como Editora de Producción en Chemical & Engineering News.
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